servidas en marea, juntadas en revolú, dispuestas en barullo sobre el plato, en jaleo, en alboroto, en embrollo hasta hacer estragos en el gusto, el oído y la razón: que su “crunch, crunch” enloquece de la dicha a cualquiera… nadie en el restaurante logra mantenerse inmune ante el sonido y la sabrosa pelotera.
Las jalas, las desamarras, las desenredas para irlas mojando en la ácida leche de tigre que las acompaña: sobre el sequito y quebradizo chicharrón vas poniendo cucharitas con cilantro, sal, cebollita y buen limón… ah, qué cosita más sencilla, más curiosa y deliciosa!
Esta revolución, tan bien lograda y enredada, me la comí ayer en El Correo (que casi me vuelvo loco)… Luego, pa’ colmo de la dicha, retaqué con un acaramelado Morrillo terminado a las brasas y un postre que jamás ¡JAMÁS! olvidaré (con lagrima de abuelita y todo): torta mojadita, entreverada con dulces y carnosos melocotones, con ciruelas y nueces, arropadas bajo una suave capa de crema inglesa y un tope del más denso y melcochudo merengón… se llama Lovers ¿cómo más podría llamarse?… que todavía me lo estoy llorando: ¿pero por qué se me acabó?
El Correo
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