Me lo encontré en un restaurante en Cúcuta. Un parrillero fogueado en las mejores cocinas del país, moldeado a fuego y hierro, paciente, ducho, respetuoso con los cortes y con cada uno de sus giros y momentos… sin duda, uno de los mejores que he visto pa’ darle a la carne solo lo que la carne va a necesitar: sal, pimienta, calorcito y buen tiempo (qué esto no se hace corriendo ni se puede arrebatá)… lo veo parrillar, siento que el tipo nació pa’ esto, por eso es tan difícil de igualar.
Sobre la mesa una entraña y una picaña: par de jugosas y acarameladas piezas, brillantes, enormes, gorditas; las dejé respirar… un sorbo de vino, un suspiro y un amén pa’ comenzar… y fui dejando que la punta del cuchillo se resbalara una y otra vez hasta el borde y luego hasta el final; parecía un bobo gozándome la grasita y los jugosos pedacitos de carnita, su terneza, su firmeza, la humedad de su dulce crepitar.
Los apreté con deseo, los dejé deshacerse en la boca, los hice claudicar; me dio hasta pena el dar tan rápida cuenta del par de platos que, en otra ocasión normal, habrían necesitado 2 buenos comelones para terminar… pero ese soy yo (ese fui yo en aquella situación)… si me gusta (así salga rechoncho), todo me lo quiero llevar: bienvenido al gusto, a la barriga y la razón (aclaro, sólo con buenos filetes me descaro de esta manera tan vergonzosa)… Qué cosita más deliciosa, qué cosita más generosa… cuento los días para regresar!!!
An’k
Calle 15 # 3e – 52