Es cierto, no conozco todas las costillas del mundo para despacharme con semejante adjetivo; pero sin duda, si así fuera, si las conociera todas, no habría manera de restarle brillo a la “Costilla Imposible” (así la bauticé), de un precioso restaurante llamado AMBAR.
A la mesa me llegaron 3 avellanados y recarnudos cubos de un gordito chicharrón “entreverao”, desde el cuerito hasta el huesito (y coloraos los benditos), casi que morbosos, casi que picosos, casi que melosos… “y aguas que se me arrugó el corazón chiquitico” (eran costillas, lo sé; pero miren la foto y entenderán). Quedé de una pieza: -perdón señor, yo le pedí costillas-… me señaló el plato sobre la mesa confirmando que no se había equivocado.
Hundí el cuchillo atravesando de un solo tajo la toteada garrita (que crujió bajo la hoja), la jugosa carne y la cremosa grasita ¿tres emociones tan distintas en una sola probada? la sal, la dulce mantequilla, la especia y el hierro y un ácidito que fue apretándome de a poquitos el probadero.
Mi cara, mis ojos, el suspiro que se reveló tras el primer mordisco hizo que todos en la mesa me “despiezaran” con la mirada! Todos querían hincarle el diente a mi marrano (quietos que esto es mío!!! -léase como Gollum y “mi precioso”-): todos querían probarlo, todos querían suspirárselo también… y así fue: uno a uno fueron derritiendo la domada grasa y fueron requebrando sus crocantes coronitas (y la carnita con sus muchas horas de salmuera)… en la nariz, el recuerdo del horno y su larga espera; el vacío, el aire, el abrillantado maracuyá pegado como jalea y aquel paneloso gusto que me mantuvo en Jaque Mate hasta que la pieza obtuvo su más sabroso final…
Ambar By Diego Panesso
Calle 14 no 18-18